Escribir en los muros es más que rayar un espacio blanco en una ciudad, que le ha dejado el peso de su matizada identidad a éste color del cual presume la caracteriza. Sin embargo, las voces de sus habitantes convertidas en expresión gráfica de trazos delgados, entrecortados que evidencia la fuga de su autor, permite vislumbrar un sentir cotidiano en oposición a las dinámicas que la ciudad ha institucionalizado como oficiales y plenamente compartidas.
Surge así el graffiti, como la afirmación de lo individual que se confunde con la del grupo, en el contexto de las calles, los barrios, los salones, las paredes universitarias que poco ha poco y sin previo aviso han logrado albergar los sueños de libertad, de justicia, de amor, de esperanza y porque no de tristes pero concientes despedidas de un mundo que a veces parece no ofrecer nada y en cambio si robar lo poco y nada que el hombre posee.
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